Bienvenidos al fascinante universo de ‘Los chicos van a Júpiter’, donde los extraterrestres se codean con los repartidores, las fábricas de jugos albergan frutas mutantes cultivadas a partir de rocas lunares y melodías electrónicas funky esperan en cada esquina.
Este cosmos no es simplemente un planeta desconocido ni una realidad alternativa: es la realidad cotidiana de los suburbios de Florida. Sin embargo, bajo la dirección y animación 3D de Julian Glander, ‘Los chicos van a Júpiter’ transforma estos paisajes en un escenario mágico donde lo absurdo y lo mundano se entrelazan como compañeros de juego. Es una experiencia extraña y divertida que destaca por su animación distintiva y refrescante.
Pero esta odisea también enfrenta sus desafíos. ‘Los chicos van a Júpiter’ adopta una postura firmemente anticapitalista. Detalles como la prohibición para los trabajadores de Grubster de interactuar con los clientes y la obligación de repetir frases «sucias» pintan un retrato distópico del trabajo, haciendo que la vida de Billy parezca aburrida y opresiva. Glander no se detiene en sutilezas, como cuando Rosebud, la hija del Dr. Dolphin, una joven ambiciosa y radical, le entrega a Billy un libro sobre el capitalismo y él lo asimila de inmediato.
A pesar de ser una parte más de la vibrante máquina cultural, ‘Los chicos van a Júpiter’ busca destacarse y establecer su propia identidad. Desde el elenco de voces, que incluye a destacados comediantes como Sarah Sherman, Julio Torres y Cole Escola, hasta el estilo de animación distintivo de Glander, con su combinación de neón y movimientos fluidos que recuerdan a los videojuegos, la película destaca entre otras producciones animadas por su originalidad.
Glander enriquece aún más su obra con elementos de baja fidelidad, como homenajes a negocios locales o catálogos de platos favoritos de los extraterrestres en Florida. Estos detalles añaden una capa adicional de complejidad a la película, creando desviaciones inesperadas pero bienvenidas. Aunque ‘Los chicos van a Júpiter’ podría desviarse en su trayecto hacia la meta, sigue siendo un viaje que vale la pena emprender.