En contraposición a la civilización cristiana, el «wokismo» no admite ni la coexistencia ni el perdón, creando una atmósfera tan sofocante como excluyente, fracturando la sociedad. En este contexto, los beneficios son particularmente atractivos para los islamistas.
Quizás esto sea más evidente en Europa que en América. Sin embargo, el islamismo avanza, llenando un vacío espiritual a través de la fuerza y con la complicidad de las «élites».
Mientras todo lo que pueda sonar cristiano u occidental es denigrado, el islamismo se nos presenta con un «exotismo amigable» como algo ajeno a nuestro ser.
Hemos notado especialmente esto desde los días de los «hippies» y sus derivados.
No hay lógica en la alianza entre «wokismo» e islamismo más allá de su odio compartido hacia el cristianismo y Occidente. Y Occidente no se puede entender sin el concepto de la Hispanidad o la unidad de los pueblos hispánicos, como señala acertadamente el historiador quiteño Francisco Núñez del Arco: el primer atlantismo fue hispánico, sintetizado en una Monarquía Católica que se expandió por continentes, cuyo legado cultural heredamos.
El «wokismo» ha emitido una sentencia totalitaria (o fatwa…) sobre todo, incluso dictando cómo debemos vestirnos o comer. La música, el humor y tantas facetas de la vida cotidiana deben pasar por su filtro aplanador.
Por esta razón, el «wokismo» busca silenciarnos con una feroz censura, acompañada de una opresión basada en caprichos tan efímeros como orwellianos.
El «wokismo» no es compatible con nuestra civilización. Y tantos años de «silencio» han sido aprovechados por lo que los argentinos Agustín Laje y Nicolás Márquez llaman la «nueva izquierda», pero que, en realidad, es igualmente funcional, o incluso más, para muchos que se dicen estar en la «derecha» y ni siquiera toleran el menor disenso dentro de la izquierda, por paradójico que parezca.
Ante esta situación, debemos ser realistas en nuestro análisis y ponernos a trabajar para luchar por lo bueno y verdadero en todos los frentes, no solo en la política; porque el «wokismo» es un auténtico arma de destrucción masiva que otros ya están utilizando para exterminarnos.